Empezaré reconociendo que mi experiencia en el asunto es de segunda mano, por cuestiones biológicas de lo más entendibles. Pero como estas líneas van dedicadas a una potencial madre, creo que le resultarán más cercanas que si titulara y, siendo consecuente, hablara de paternidad.
Se puede elegir entre los motivos egoístas y los de la más espiritual generosidad a la hora de buscar la justificación a procrear. Como el cínico que soy, pienso que todo el mundo elige el egoísmo y promulga la generosidad. La naturaleza humana en pleno funcionamiento.
Hay pocos motivos básicos por los que tener descendencia. Cada uno tiene su parte de pragmatismo, hedonismo, elevados ideales y el más puro egoísmo, en proporciones variables:
- Es una experiencia inigualable el embarazo, especialmente a una edad en que ya no se cree en los reyes magos. Pocas cosas, si alguna, van a hacer tanta ilusión como hacer un bebé.
- Los niños son un coñazo de cuidar, pero el escaso tiempo al final del día en que miran a los ojos de uno y sonríen, lo compensan todo (al menos, hasta que se vuelven a cagar).
- Los niños, si se invierte el esfuerzo necesario en educarlos, se convierten en adultos de los que estar orgulloso, que además serán útiles para ayudarnos en la vejez, y en particular para aportarnos el último chute de ilusión que conoceremos: Los nietos.
- En el caso de la futura mamá a la que dedico el artículo, sería una gran pérdida que alguien de tamaña calidad humana no esparciera sus genes.
Se dice que un niño te cambia la vida. Como el maestro Cervantes, aborrezco y desprecio este tipo de píldoras de filosofía de la vida simplificada, y hasta encuentro en el tuteo un agravante. Pero hay que reconocer que sintetizan (excesivamente) cuestiones que merecen un análisis.
Los niños tienen unas necesidades y un horario. Ambas cosas se pueden cubrir con mejor fortuna si se dispone de recursos, especialmente de ingenio. Por supuesto que tener un par de bebés limita las posibilidades de salir de copas improvisadamente. Pero se pueden hacer muchas cosas de las que tenemos por costumbre.
Por ejemplo, se puede salir a cenar sin mayores problemas, siempre que se elija un sitio razonablemente tranquilo y espacioso. Mi restaurante japonés favorito, por ejemplo, ha visto dormirse a mi bollote mayor, Jorge, en su hamaquita, casi tantas veces como he pedido mi sushi favorito. La semana anterior a la de escribir este artículo, mis dos bebuchotes conocieron un restaurante mexicano que hay en la calle Enrique Granados de Pozuelo. ¿Se puede tener una cena tranquila? Bueno, relativamente. ¿Merece la pena? Claramente.
Esta mañana, hemos ido a Cuatro Vientos, a ver los aviones de la FIO. Papá, como un solo hombre, con dos bebés. ¿Igual que ir solo? Bueno, no. ¿Disfrutable igualmente? Sin duda.
Podría seguir poniendo ejemplos hasta que se agotara la batería del iPad. En resumen, el tener nenes no lo convierte a uno (perdón, a una) de repente en una señora malhumorada, mal pintada y gritona. No. Cada uno es el tipo de padre que elige ser, y puede hacer una vida de lo más conciliada, como está de moda decir ahora. Y se podía antes de que se pusiera de moda la palabra, y se podrá cuando deje de estarlo. Solo hay que usar el ingenio, el sentido común y tener una idea clara de lo que se quiere.
Qué decir de lo satisfactorio que resulta enseñar a los peque cosas y ver cómo las van aprendiendo: Palabras, juegos, comportamientos… Son la consola de juegos definitiva, el lienzo infinito con ideas propias, un planeta entero por esculpir. La tarea es tan apasionante que mucha gente se dedica a ella profesionalmente.
Así pues, deja, querida, que tus genes y tu reloj biológico campen por sus respetos. Elige bien a tu pareja y, si más adelante encuentras que no estaba tan bien elegida, no te preocupes: Siempre hay un cosido para un roto. Solo tienes que tener claro tu proyecto de familia y trabajar por él.