Dexterity en el Altxerri

 

Cuando ya creía que había comprado mi último CD, obnubilado por las maravillas del iTunes Store, en el que se pueden comprar a golpe de ratón y por un precio irrisorio las canciones que a uno le da la real gana sin cargar con todo un álbum que puede quererse o no, me encuentro con esta pequeña joya que vende la empresa ilerdense Satchmo y que ha «masterizado» (ya me disculparán, señores de la Academia e hispanoablantes en general) el colega Borja allá en su estudio de Bilbao. Para quien guste del jazz, y en especial de ese sonido tan irrepetible que tienen las sesiones de jazz en un local, de noche y con buenos músicos, esto es de lo más parecido a ello que se puede llevar en el coche.

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Realmente, al escuchar pequeñas joyas como ésta (grabada y masterizada en España, curiosamente, y muy bien hechas ambas cosas), uno se pregunta cómo puede estar en crisis la industria discográfica… Y se responde a sí mismo seguidamente, claro. ¿Cuántos discos no ya buenos, como éste, sino meramente presentables, pueden adquirirse por 9 euros?.

Estos tipos no van a La Moncloa en un autobús a hacer una pantomima absurda, y si no fuera obligatorio (ahí es nada: Una entidad privada recaudando impuestos), tampoco pagarían a la SGAE, que Dios confunda. Se lo pasan bien tocando y sacando su disco, se ganan la vida con ello y los que les escuchamos compartimos brevemente esa sensación de placidez mental, ese mecerse con las olas, o como quiera cada uno describir la indescriptible sensación de escuchar buena música. Dicen los abogados que toda compra es un contrato; yo considero su parte cumplida a entera satisfacción.

 

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Volando el Dimona en Ocaña

A principios de Agosto de 2.006, me dio por acercarme por Ocaña y preguntar si había motoveleros volables. No había volado ninguno desde que retiraron los veteranos RF-4 «Serranía» (diseño de René Fournier fabricados bajo licencia por Aeronáutica de Jaén). Comparado con éstos, el Dimona es un prodigio de la tecnología: No hay que aflojar el arnés para llegar a los mandos, ningún mando hace callo, y no hay que acordarse de poner y quitar pinchitos en la rueda de cola para ir a volar. Es mucho más rápido (150 km/h de crucero económico) y planea mejor.{mosimage}

En fin. Tras un breve calentamiento en la pista, nos fuimos a dar una vuelta por La Mancha. Arrancar y parar el motor del Dimona es facilito, y la hélice se puede poner en bandera. Esto lo convierte en un planeador bastante razonable, sobre todo teniendo en cuenta lo que puede llegar a volar con motor (más de 1.000 km a 150 km/h, con una temperatura otoñal). El vario del Dimona que Senasa tiene vivo no pita, así que hay que estar con un ojo en él para centrar térmicas. Un buen ejercicio, sobre todo para uno que hacía un año que no volaba.

El tiempo pasa volando cuando uno está entretenido en estas cosas, y para cuando nos dimos cuenta llevábamos una hora y pico en el aire. Solamente en un momento durante el vuelo recordé sacar el móvil y echar una foto al azar, teniendo la suerte que se puede ver al lado de este párrafo. {mosimage}

Teniendo motor que gastar, decidí ir a dar una vuelta por la vía del Ave y contemplar desde el aire algunas instalaciones ferroviarias. Como en una ocasión anterior, apareció en aquello un Ave por allí y, por mucho motor que gasté, se perdió en el horizonte sin que pudiera siquiera acercarme. Realmente, esto es un ejercicio de romanticismo ignorando las leyes de la física: Dimona, crucero máximo 190 km/h, velocidad nunca exceder 270; Ave de Alstom, velocidad de crucero 300 km/h.

Por otra parte, aterrizar un Dimona con viento cruzado es un suicidio. La poco dócil rueda trasera, junto con el robusto tren principal de dos pedazo ruedas, manda tan pronto se posa en el suelo. Es menester poner los tres puntos en el eje de la pista, o el avión se va hacia donde esté apuntando más rápido de lo que se tarda en contarlo. Tomamos con solamente unos nuditos de viento del Norte, y poco nos faltó para asustarnos. No tanto, hay que decir, como cuando en mi primera toma en el RF-4 saltó el remaldito pito de la pérdida, obviamente en el momento crítico; casi dejo imborrable recuerdo de mi impresión en el asiento, pero me contuve a tiempo en ambas ocasiones.

En fin, querido lector, que si algún día te aburres en casa, acércate por Ocaña y pide que te den una vuelta en el Dimona. Es mucho menos deportivo que un velero, que sigo prefiriendo a día de hoy, pero tiene la ventaja de que se puede ir lejos sin arriesgarse a aterrizar en un sembrao y que le recojan a uno deshidratado y maldiciendo su estrella.

El aeródromo de Ocaña está en el km 64 de la carretera de Andalucía, teléfono 925130769.

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